18 dic 2014

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Biblioteca 4

Un general en la biblioteca

Italo Calvino, La dulce bonanza de las Antillas, 1993.


En Panduria, nación ilustre, una sospecha se insinuó un día en la mente de los altos oficiales: la de que los libros contenían opiniones contrarias al prestigio militar. En realidad, de procesos y encuestas se desprendía que esta costumbre ya tan difundida de considerar a los generales como gente que también puede equivocarse y aun provocar desastres, y las guerras como algo a veces diferentes de las radiantes cabalgatas hacia destinos gloriosos, era compartida por gran cantidad de libros modernos y antiguos, pandurios y extranjeros. 

El Estado Mayor de Panduria se reunió para hacer un balance de la situación. Pero no sabían por dónde empezar, porque en materia de bibliografía ninguno de ellos, era ducho. Se nombró una comisión investigadora, mando del general Fedina, oficial severo y escrupuloso. La comisión examinaría todos los libros de la biblioteca más grande de Panduria. 

Estaba esta biblioteca en un antiguo palacio lleno de esclareas y columnas, desconchado y decrépito por aquí y por allá. Sus frías salas estaban atestadas de libros, repletas, en parte impracticables, sólo los ratones podían explorarlas en todos sus rincones. El presupuesto del Estado pandurio, sobrecargado con ingentes gastos militares, no podía proporcionar ninguna ayuda. 

Los militares tomaron posesión de la biblioteca una mañana lluviosa de noviembre. El general se apeó de su caballo, retacón, sacando pecho, con su gruesa nuca afeitada, las cejas fruncidas sobre pinche-nez, de un automóvil bajaron cuatro tenientes larguiruchos, el mentón alto y los parpados bajos, cada uno con su portafolio en la mano. Después venía una cuadrilla de soldados que acamparon en el antiguo patio con mulos, balas de heno, tiendas, cocinas, radios de campaña y estandartes. 

Se pusieron centinelas en las puertas y un cartel que prohibía la entrada, “debido a loas grandes maniobras y mientras duraran las mismas”. Era un expediente para que la investigación se pudiera realizar en el mayor secreto. Los estudiosos que solían llegar a la biblioteca todas las mañana, con los abrigos puestos, bufandas y pasamontañas para no congelarse, tuvieron que volverse atrás. Perplejos, se preguntaban: 

- ¿Cómo? ¿Grandes maniobras en una biblioteca? ¿No irán a desordenarla? ¿Y la caballería? ¡Y harán también ejercicios de tiro! 

Del personal de la biblioteca sólo quedó un viejecito, el señor Crispino, reclutado para que explicase a los oficiales la localización d los volúmenes. Era un tipo bajito, con el cráneo calvo como un huevo y ojos como cabeza de alfiler detrás de las gafas con patillas. 

El general Fedina se preocupó ante todo de la organización logística, porque las órdenes eran que l comisión no saliera de la biblioteca antes de haber llevado a su término la investigación; era un trabajo que requería concentración y no debía distraerse. Se procuraron suministros de víveres, alguna estufa del cuartel, una provisión de leña, a la que se añadió alguna colección de viejas revistas consideradas poco interesantes. Nunca había hecho tanto calor en la biblioteca en aquella estación. En lugares seguros, rodeados de trampas para los ratones, se colocaron los catres donde el general y sus oficiales dormirían. 

Después se procedió a la adjudicación de las tareas. Se asignó a cada uno de los tenientes determinada rama del saber, determinados siglos de historia. El general controlaría la clasificación de los volúmenes y los sellos diferentes aplicados según el libro fuera declarado legible para los oficiales, los suboficiales, la tropa, o bien denunciado al Tribunal Militar. 

Y la comisión comenzó su servicio. Todas las noches la radio de campaña transmitía el informe del general Fedina al comando supremo. “Examinados, tantos volúmenes. Considerados sospechosos, tantos”. Rara vez aquellas frías cifras iban acompañadas de alguna comunicación extraordinaria: la petición de un par de gafas de présbita para un teniente que había roto las suyas, la noticia de que un mulo se había comido un raro códice de Cicerón que había quedado sin custodia. 

Pero iban madurando acontecimientos de mucha mayor importancia, de los que la radio de campaña no transmitía noticias. La selva de libros, antes que ralear, parecía cada vez más enmarañada e insidiosa. Los oficiales se habrían perdido si no hubiese sido por la ayuda del señor Crispino. Por ejemplo, el teniente Abrogati se ponía de pie como por un resorte y arrojaba sobre la mesa el volumen que estaba leyendo: 

- ¡Pero es inaudito! ¡Un libro sobre las guerras púnicas que habla bien de los cartagineses y crítica los romanos! ¡Hay que hacer enseguida la denuncia! 

(Es preciso decir que los pandurios, con razón o sin ella, se consideraban descendientes de los romanos) Con paso silencioso en sus pantuflas afelpadas, se le acercaba el viejo bibliotecario. 

-Y eso no es nada - decía-. Lea aquí, siempre sobre los romanos, lo que se escribe, podrá dejar constancia en el informe también de eso. Y esto, y eso - y le sometía una pila de volúmenes. 

Un teniente empezaba a hojear los volúmenes, nerviosos, después, más interesado, leía, tomaba notas. Y se rascaba la cabeza, farfullando: 

- ¡Demonios! ¡Pero cuántas cosas se aprenden! ¡Quién lo hubiera dicho! 

El señor Crispino se desplazaba hacia el teniente Lucchetti que cerraba untoso con furia, diciendo: 

-¡Muy bonito! ¡Aquí tienen el coraje de expresar dudas sobre la pureza de los ideales de las Cruzadas! ¡Sí señor, de las cruzadas! 

Y el señor Crispino, sonriendo: 

-Ah, mire que, si tiene que hacer un informe sobre ese tema, puedo sugerirle algún otro libro donde encontrará más detalles- y le bajaba medio anaquel. 

El teniente Lucchetti arremetía y durante una semana se lo oía hojear y murmurar: 

-¡Pero hay que ver, estas Cruzadas, qué historia! 

En el comunicado vespertino de la comisión, la cantidad de libros examinados era cada vez mayor, pero ya no se transmitía ningún dato sobre los veredictos positivos o negativos. Los sellos del general Fedina quedaban sin usar. Si, tratando de controlar el trabajo de los tenientes, preguntaba a uno de ellos: “¿Pero cómo has dejado pasar esta novela? ¡La tropa queda mejor parada que los oficiales! ¡Es un autor que no respeta el orden jerárquico!”, el teniente le contestaba citando otros autores, enredándose en razonamientos históricos, filosóficos y económicos. Se producían discusiones generales que duraban horas y horas. El señor Crispino, silencioso en sus pantuflas, casi invisible con su guardapolvo gris, intervenía siempre en el momento justo, con un libro que a su entender contenía detalles interesantes sobre el tema en cuestión y que siempre producía el efecto de poner en crisis las convicciones del general Fedina. 

Entre tantos los soldados poco tenían que hacer y se aburrían. Uno de ellos, Barabasso, el más instruido, pidió a los oficiales un libro para leer. Quisieron darle sin más uno de los pocos que ya había sido declarados legibles para la tropa; pero pensando en los miles de volúmenes que aún quedaban por examinar, al general no le pareció bien que las horas de lectura del soldado Barabasso fueran horas perdidas para los fines del servicio, y le dio un libro que estaba por examinar, una novela que parecía fácil, aconsejada por el señor Crispino. Una vez leído Barabasso debía informar al general. 

Otros soldados también pidieron y consiguieron lo mismo. El soldado Tommasone leía en voz alta a un camarada analfabeto, y éste daba su parecer. En las discusiones generales empezaron a participar también los soldados. 

Sobre la consecución de los trabajos de la comisión no se conocen muchos detalles: lo que sucedió en la biblioteca durante las largas semanas invernales no fue objeto de informe. El hecho es que el Estado Mayor de Panduria llegaban cada vez menos informes radiofónicos del general Fedina, hasta que llegó el momento en que dejaron de llegar por completo. El comando supremo empezó a alarmarse; transmitió la orden de concluir la investigación cuanto antes y de presentar una relación exhaustiva. 

La orden llegó a la biblioteca cuando en el alma de Fedina y de sus hombres luchaban sentimientos encontrados: por un lado descubrían a cada momento nuevas curiosidades que satisfacer, iban tomando gusto a aquellas lecturas y aquellos estudios como jamás lo hubieran imaginado, por otro lado no veían la hora de volver con las gentes, de retomar contacto con la vida que les parecía ahora mucho más compleja, casi renovada ante sus ojos, y por otro más, al acercarse el día en que deberían abandonar la biblioteca, se sentían llenos de aprensión, porque debían rendir cuentas de su misión, y con todas las ideas que les brotaban en la cabeza ya no sabían cómo salir del atolladero. 

Por la noche miraban desde los vitrales los primeros brotes en las ramas iluminadas por el crepúsculo, y las luces de la ciudad que se encendían, mientras uno de ellos leía en voz alta los versos de un poeta. Fedina no estaba con ellos: había dado orden de que lo dejaran solo en su mesa, porque debía redactar la relación final. Pero de vez en cuando se oía sonar la campanilla y la voz que llamaba: ¡Crispino! ¡Crispino!. No podía seguir adelante sin la ayuda del viejo bibliotecario, y terminaron por sentarse a la misma mesa y redactar juntos la relación. 

Por fin una buena mañana la comisión salió de la biblioteca y fue a informar al comando supremo, y Fedina ilustró los resultados de la investigación delante del Estado Mayor reunido. Su discurso fue una especie de compendio de la historia de la humanidad, desde los orígenes hasta nuestros días, en la que todas las ideas más indiscutibles para los bien pensantes de Panduria eran criticadas, las clases dirigentes denunciadas como responsables de las desventuras de la patria, el pueblo exaltado como víctima heroica de guerras y políticas equivocadas. Fue una exposición un poco confusa, con afirmaciones a menudo simplistas y contradictorias, como ocurre a quien ha abrazado hace poco nuevas ideas. Pero sobre el significado general no cabían dudas. La asamblea de los generales de Panduria palideció, desencajó los ojos, recuperó la voz, gritó. El general no pudo terminar siquiera. Se habló de degradación, de proceso. Después, por temor a escándalos más graves, el general y los cuatro tenientes fueron declarados en retiro por motivos de salud, debido a un grave agotamiento nervioso contraído durante el servicio. Vestidos de paisanos, se los veía entrar a menudo, con sus abrigos y arropados para no congelarse, en la vieja biblioteca donde los esperaba el señor Crispino con sus libros.


#ItaloCalvino # biblioteca #libro #cuento

13 nov 2014

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Biblioteca 3

Exlibris de la Biblioteca Aby Warburg.

El amante de las sendas inexploradas

Aby Warburg, hijo de banqueros de Hamburgo, estaba destinado a heredar el negocio familiar por su primogenitura, que finalmente vendió a su hermano menor a cambio de que éste le comprara durante su vida todos los libros que quisiera y así construir su propia biblioteca. Tuvo una intuición brillante, adelantada a su tiempo, irrespetuosa con los cánones jerárquicos o alfabéticos de ordenación de las bibliotecas: sus libros debían ordenarse por afinidad, haciendo preponderar sus correlaciones ocultas, propiciando su encadenamiento continuamente cambiante. 
Hoy en día el sueño de Warburg nos resulta obvio y factible mediante el uso de etiquetas o tags, marcas que no son excluyentes de manera que un mismo contenido puede ser invocado a partir de cualquiera de sus descriptores formando parte de diversas constelaciones o configuraciones variables de elementos, de acuerdo con la búsqueda que se haya realizado. La biblioteca continuamente renovable y reorganizable es hoy una realidad a los sistemas de etiquetado público que los usuarios de un sitio construyen conjuntamente También, muchos años después, su sueño se ha hecho realidad en la Warburg Electronic Library.
En lugar de obras canónicas dispuestas cabalmente en los estantes de una biblioteca, que denotan el orden inalterable del conocimiento, Warburg pretendía construir un espacio desjearquizado, un entramado donde se hicieran visibles las recónditas concordancias entre los diversos textos, estableciéndose de ese modo más que una jerarquía, un atlas de un territorio que cada lector podía recorrer de diversas e inusitadas maneras.

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La misma forma física de la biblioteca pretendía facilitar esa concatenación temática, esa encadenamiento cambiante. "La biblioteca de Warburg tenía forma elíptica para que la distribución de los libros no tuviera una ruptura en su continuidad", ha explicado Alberto Manguel. Warburg, además, fue inventor de leyes para el lector, exponiendo, por ejemplo, la ley del buen vecino, que dice que “la información que buscamos en un libro se encuentra siempre en el libro de al lado”.

15 oct 2014

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Biblioteca 2

Rodolfo Fogwill - Mondongo.

Una cuestión de (des)orden, Ezequiel Martínez, 2011
   Hace unos días conocí a un personaje cuya biblioteca me desorientó. He sabido de gente que ordena los libros por el color de sus lomos y de otra que los clasifica por tamaño, en una herejía decorativa que difícilmente los califique como lectores. Algunos más excéntricos, como el escritor francés Jacques Bonnet, los separa mediante un subjetivo sistema de afinidades, según cuenta en su libro Bibliotecas llenas de fantasmas. Algo parecido a lo que ya había hecho el alemán Aby Warburg, cuya colección de 60 mil volúmenes fue enviada a Gran Bretaña durante el nazismo para salvarla de un probable saqueo o destrucción. La Biblioteca Warburg está organizada de acuerdo con criterios sutiles y completamente heterodoxos, que hasta hoy no han sido enteramente dilucidados, según nos cuenta Rafael Argullol en un artículo que publicó en el diario El País, de Madrid.
   La excentricidad del amigo que mencioné al principio consiste en catalogar los libros por el nombre de pila de su autor. Así, Arlt está en la R, pero Pessoa puede alojarse en la F o en cualquier parte del abecedario donde hayan caído sus heterónimos. Me costó descifrar la maraña de ese desorden establecido. Cuando le pregunté la razón, dijo: “Lo hago para retener sus nombres de pila. Por ejemplo, ¿cuánta gente sabe el nombre de Fogwill, eh?”
   Fue precisamente en Fogwill donde me pareció encontrar un motivo más perverso del sistema elegido por mi amigo. Se trataba sin duda de una estratagema para complicar el préstamo o robo premeditado de algún volumen que le deparara un destino infeliz. En Urbana, Fogwill escribe: “la gente los lleva excitada por un entusiasmo de momento y la mayoría de las veces olvida leerlos, de modo que el libro queda por ahí, perdido como la memoria de ese préstamo”.
   Esa excitación es un rasgo común a todos los bibliomaníacos. El orden elegido, en cambio, revela algún rasgo particular de la personalidad de su dueño. Después de todo, una biblioteca funciona también como una autobiografía.
#biblioteca #libro # AbyWarburg #autor #literatura #Fogwill

17 sept 2014

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Biblioteca 1


El Otago.

La casa de papel, Carlos María Domínguez, 2004


“—...Desde que tengo memoria, comencé a comprar un libro y otro. La biblioteca que se arma es una vida. Nunca, digamos, una suma de libros sueltos.
—Me gustaría comprenderlo –le rogué.
—Usted los acumula en los estantes y parecen una suma, pero si me permite, se trata de una ilusión. Seguimos ciertos temas y al cabo de un tiempo, uno termina por definir mundos; por dibujar, si prefiere, el recorrido de un viaje, con la ventaja de que conservamos sus huellas. No es sencillo. Es un proceso en el que completamos bibliografías, preocupados por la referencia a un libro que no tenemos; lo conseguimos, nos dejamos conducir a otro. Aunque debo confesarlo, soy un lector muy limitado. Necesito leer todo el aparato de notas, aclarar el sentido de cada concepto, y por eso, difícilmente me siento a leer un libro sin veinte detrás, a veces para completar la interpretación de un sólo capítulo. Desde luego, esa ocupación me apasiona.
...un hombre había atravesado con brutalidad, desazón y certeza, su línea de sombra.
...Saludé al gran Joseph cuando el dibujo del velero y los peces comenzaba a deshacerse, y regresé a casa”.

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#biblioteca #literatura #libro #Otago #JosephConrad


5 ago 2014

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Olivas 4


Olive Trees with the Alpilles in the Background, Vincent van Gogh, Arles, 1889.

Paisaje con olivos.

19 de junio de 1889.

“En fin, tengo un paisaje con olivos y también un nuevo estudio de cielo estrellado. Aun sin haber visto las últimas telas, ni de Gauguin ni de Bernard, estoy bastante persuadido de que estos dos estudios que te cito son de un sentimiento paralelo. Cuando hayas visto algún tiempo, estos dos estudios, lo mismo que aquel del musgo, podrás mejor que con palabras darte una idea de las cosas, que Gauguin, Bernard y yo hemos hablado algunas veces y que nos han preocupado; no es una vuelta al romanticismo o a las ideas religiosas, no. Sin embargo, más allá de Delacroix, más de lo que esto parece, por el color y un dibujo más voluntario que la exactitud del que engaña la vista, se expresara una naturaleza de campo pura que los arrabales, los cabarets de París.
Se busca pintar seres humanos, igualmente más serenos y más puros que los que Daumier tenia bajo sus ojos; pero quede claro que hay que seguir a Daumier para dibujar esto. Que esto exista o no, lo dejamos aparte; pero creemos que la naturaleza se tiende al otro lado de Saint-Ouen. Quizá leyendo a Zola continuamos emocionándonos con el sonido del puro francés de Renan, por ejemplo. Gauguin, Bernard y yo quizá quedemos en el camino, no venceremos; pero tampoco caeremos vencidos; quizás estemos aquí no el uno para el otro, sino para consolar o para preparar una pintura más consoladora.
Lo que sí me sería muy agradable tener aquí, para leer de cuando en cuando, sería un Shakespeare. Hay a un chelín «Dicks shilling Shakespeare», que está completo. Las ediciones no faltan y creo que las baratas no son muy distintas de las mas caras. En todo caso, no querría que costaran más de tres francos.”
Vincent


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#aceite de oliva #árbol #arte #olivos #Vincent Van Gogh


8 jul 2014

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Olivas 3

Valle de Pomán, Catamarca. 

Tríada: agua, cielo y tierra.

A los pies de las sierras de Ambato, en la provincia de Catamarca en Argentina, se encuentra el Valle de Pomán. Allí, rodeada de un clima árido de sierras y bolsones, a 180 km de San Fernando del Valle de Catamarca, se ubica la Compañía Olivícola Industrial de Pomán.
El clima de la zona favorece el crecimiento y fructificación del cultivo del olivar, permitiendo la transformación de las aceitunas de alta gama en un aceite de oliva virgen extra. El aceite producido por Coipoman: Triada, agua, cielo y tierra, alcanza altos niveles de calidad y cumple con las exigencias internacionales de calidad. Desde 2007 a obtenido numerosos premios internacionales. Las fincas se encuentran plantadas con distintas variedades como: Arbequina, Coratina, Nocellara, Peranzana, y Manzanilla. Un valle para visitar.


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#aceite de oliva #Catamarca #fotografia #Tríada #Valle de Pomán

7 jun 2014

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Olivas 2

Nueva etiqueta del Aceite de Oliva Tríada.

Tríada, aceite de oliva Virgen extra.

Desde 2011 trabajamos junto a Marta Montero en la estrategia de comunicación de Tríada, aceite de Oliva Virgen Extra.
El nombre completo de este aceite es Tríada - Agua, Cielo y Tierra, y se produce a partir de la molienda de aceitunas cuidadosamente seleccionadas. El objetivo de la Companía Olivícola Industrial de Pomán es elaborar un aceite que satisfaga a un consumidor ávido de un producto diferenciado y de calidad superior.
Fuimos responsables de la actualización del logotipo de la marca. Nos encargamos del rediseño de la etiqueta de la botella de 500 cm3 y también desarrollamos la etiqueta para los bidones que se utilizan para la comercialización en restaurantes.


www.editopia.com.ar#aceite de oliva #diseño gráfico #fotografía #packaging #Triada

8 may 2014

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Olivas 1


Olive harvest, Ancient Greece, British Museum, London.

El aceite de oliva. 

Es el principal ingrediente de la dieta mediterránea, tiene su origen en el actual territorio de Siria y Palestina, pero fueron los griegos quienes le otorgaron el prestigio que tiene hoy en día. Los romanos lo difundieron en Europa y África, y Colón lo introdujo en América.
A fines del siglo XVI tanto México como Perú y Chile producían aceite de oliva. En la Argentina el cultivo del olivo se inicio en plantaciones ubicadas en lo que hoy es La Rioja y Catamarca. Luego, fueron los inmigrantes quienes trajeron consigo recetas abundantes en aceite de oliva e impulsaron fuertemente su consumo.
La relación entre el olivo y los hombres a sido tan intensa que alcanzó el rango de árbol sagrado. Además de su consumo alimenticio, de su madera se hicieron los cetros de los reyes, con sus hojas se coronaron a los hombres sobresalientes y con su zumo se bañaron los cuerpos más reconocidos.


#aceite de oliva #árbol #arte #Catamarca #Grecia #Triada


7 abr 2014

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Tiempo 2


Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol, 1865
   Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.
   Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.
  No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.


www.editopia.com.ar#lectura #Lewis Carrol #literatura #tiempo 


4 mar 2014

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Tiempo 1


Blonde Waiting, Roy Lichtenstein, 1964.
El embudo del tiempo, Rafael Argullol, 2011
   Seis horas pueden ser muchos años. Todos hemos experimentado las bruscas contracciones del tiempo que pueden convertir un minuto en una eternidad y pueden concentrar décadas enteras en el filo cortante de un único segundo. De hecho, toda la literatura es el esfuerzo, expresado en mil máscaras, para demostrar que nuestra idea habitual del tiempo no es sino un error cuando entendemos la vida desde el punto de vista de las sensaciones. La memoria, materia prima de cualquier ejercicio literario, es el preciso terreno en el que acontecen todas las distorsiones temporales: los recuerdos fluyen arbitrariamente y debemos orientarnos en medio del caos. Baudelaire fue elocuente al definir al poeta como el maestro de la memoria; Mandelstam fue aún más lejos al considerarlo el "maestro del eco", dando por sentado que nadie llega nunca al sonido originario y que ya es mucho capturar los ecos que se expanden por el mundo como huellas de un tiempo partido o como indicios del que todavía debe pronunciarse.


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4 feb 2014

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Mirlo 2


Palomar, Italo Calvino, 1983

El silbido del mirlo

   El señor Palomar tiene esta suerte: pasa el verano en un lugar donde cantan muchos pájaros. Mientras sentado en una perezosa «trabaja» (en realidad tiene otra suerte: poder decir que trabaja en lugares y posiciones que parecerían del descanso más absoluto; o mejor dicho, sufre esta condena: se siente obligado a no dejar nunca de trabajar, aun tendido bajo los árboles una mañana de agosto), los pájaros invisibles entre las ramas despliegan a su alrededor un repertorio de manifestaciones sonoras de lo más variadas, lo envuelven en un espacio acústico irregular y discontinuo y erizado, pero en el que se establece el equilibrio entre varios sonidos, ninguno de los cuales sobresale de los otros por su intensidad o frecuencia, y todos se entretejen en una urdimbre homogénea, sostenida no por la armonía sino por la ligereza y la transparencia. Hasta que a la hora más caliente la feroz multitud de los insectos impone su dominio absoluto sobre las vibraciones del aire, ocupando sistemáticamente las dimensiones del tiempo y del espacio con el martilleo ensordecedor y sin pausa de las cigarras.

   El canto de los pájaros ocupa una parte variable de la atención auditiva del señor Palomar: a veces lo aleja como una componente del silencio de fondo, a veces se concentra en distinguir canto por canto, reagrupándolos en categorías de complejidad creciente: gorgoritos puntiformes, trinos de dos notas, una breve una larga, silbos breves y vibrados, borboteos, cascadas de notas que bajan hiladas y se detienen, rizos de modulaciones que se curvan sobre sí mismas, y así hasta los gorjeos.



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7 ene 2014

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Mirlo 1


Jean Michel-Folon.

Blackbird singing in the dead of night

Take these broken wings and learn to fly

All your life

You were only waiting for this moment to arise



Black bird singing in the dead of night 
Take these sunken eyes and learn to see
all your life
you were only waiting for this moment to be free

Blackbird fly, Blackbird fly 
Into the light of the dark black night.

Blackbird fly, Blackbird fly 
Into the light of the dark black night.

Blackbird singing in the dead of night 
Take these broken wings and learn to fly
All your life
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise,
You were only waiting for this moment to arise




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