El Otago. |
“—...Desde que tengo memoria, comencé a comprar un libro y otro. La biblioteca que se arma es una vida. Nunca, digamos, una suma de libros sueltos.
—Me gustaría comprenderlo –le rogué.
—Usted los acumula en los estantes y parecen una suma, pero si me permite, se trata de una ilusión. Seguimos ciertos temas y al cabo de un tiempo, uno termina por definir mundos; por dibujar, si prefiere, el recorrido de un viaje, con la ventaja de que conservamos sus huellas. No es sencillo. Es un proceso en el que completamos bibliografías, preocupados por la referencia a un libro que no tenemos; lo conseguimos, nos dejamos conducir a otro. Aunque debo confesarlo, soy un lector muy limitado. Necesito leer todo el aparato de notas, aclarar el sentido de cada concepto, y por eso, difícilmente me siento a leer un libro sin veinte detrás, a veces para completar la interpretación de un sólo capítulo. Desde luego, esa ocupación me apasiona.
...un hombre había atravesado con brutalidad, desazón y certeza, su línea de sombra.
...Saludé al gran Joseph cuando el dibujo del velero y los peces comenzaba a deshacerse, y regresé a casa”.
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