Cuenta regresiva, Cristina Frigoni, 2009
La chica del asiento de enfrente me mira fijo, le sostengo la mirada con esfuerzo, ella desvía la vista hacia el bebe que no para de llorar en la punta del vagón. Me toco las mejillas, la frente, todo es hueso recubierto con piel y una barba que quiere aflorar y se encarna en la no carne. Palpo mis ojos hundidos, sin pestañas ni cejas. Dejaron de ser celestes, esta mañana al lavarme los dientes los vi descoloridos, casi blancuzcos. No los mira como los contemplaba ella, embelesada, sumida en mi cielo y en mi mar. Cada vez que intentaba entrecerrarlos se tiraba a mi lado para abrir mis párpados. No sé qué buscaba y tampoco qué encontraría ahora, ¿desesperanza, dolor, miedo? Supongo que no más esas miradas de pasión, de encuentro recíproco, de vida plena. ¡¿Qué estará percibiendo esta chica que insiste con su mirada cuando ya no puedo dar nada de eso?! Cruza nerviosa las piernas y abre un libro, yo sé que no lo está leyendo, puedo ver que sus ojos no avanzan por la página. Son bellísimos cuando los despliega hacia mí, oscuros, intensos, cargados de energía. Por favor no te bajes, no dejes de hacer contacto, tus mejillas saludables, tus veinte años me hacen sentir una pizca de curiosidad y consuelo, alguien finalmente repara en mi “triste figura”. El traqueteo del tren me produce un placer que hace mucho no sentía. Suspendido en los olores que me invaden, el vómito del bebe, algun perfume, ropa sucia y ropa limpia, carne palpitante y sudorosa que transita, respira. No te alejes, falta mucho para que me baje y poco para que goce tu calor que me llega en oleadas de jabón barato y agua de colonia. Puedo imaginarte desnuda, contemplándome como ahora, pidiéndome que te someta a mis deseos, que te bese sin pausa, que te acaricie. Me adormece la vibración, los huesos duelen contra el asiento duro pero no importa, sé que vendrás conmigo, recorreremos juntos las tres cuadras que separan la estación de mi casa, te abriré la puerta, encenderé las luces, tengo champagne escondido en algún lado, no importa si no está frío, le pondremos hielo y brindaremos. Mientras beso tus ojos, tu cuello, tu cabeza, te iré desvistiendo lentamente y dejaré mis ropas por el camino. Llegaremos al dormitorio abrazados, jadeantes. Sonrío y te sonrojas, estás adivinando mis deseos, yo los tuyos. Falta muy poco para que nos bajemos de este tren, te avisaré con un guiño y seguirás mis pasos. ¿Adonde vas? Aún falta para llegar, no te levantes. ¿Qué veo en tu mirada ahora? ¿Piedad? ¿Quién te ha pedido nada mujerzuela vulgar y mal vestida? Hubieras pedido permiso para bajar ¿no ves que me has pisado? Se te cae el libro que leías, te lo entrego y me lo arrancás de la mano groseramente. Sabía que te llamaba la atención mi cabeza lisa y mi delgadez. Sádica y perversa como todo el mundo. Ilusa ¿creiste por un instante que me interesabas? ¿te parecí enfermo? Pues te has equivocado, siempre he tenido este aspecto bohemio y soñador, flaco y barbudo. “Tísico”, dirían algunos, pero fuerte y te aseguro que te hubieras llevado una sorpresa.
Woman with a Book , Pablo Picasso, 1932
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