Por Neil Gaiman
La semana
pasada, en una cena, un amigo me contó que había conocido a Ray Bradbury cuando
tenía 11 o 12 años. Cuando Bradbury supo que quería ser escritor, lo invitó a
su oficina y se pasó medio día diciéndole lo que es importante: que si quería
ser escritor, debía escribir. Todos los días. Tuviera ganas o no. Que uno no
puede escribir un libro y parar. Que es trabajo, pero el mejor tipo de trabajo.
Mi amigo creció y se convirtió en escritor, de los que escriben y viven de lo
que escriben. Ray Bradbury era el tipo de persona que le daba la mitad de su
día a un chico que quería ser escritor cuando fuera grande. (...)
Hablaba de
alegría y de amor. Hablaba sobre seguir siendo un niño por dentro (decía que
tenía memoria fotográfica y que recordaba cosas que había visto cuando era un
bebé, y quizá decía la verdad). Era amoroso y gentil, tenía esa amabilidad del
Medioeste que es algo positivo y no la ausencia de personalidad. Era entusiasta
y parecía que ese entusiasmo lo iba a mantener vivo por siempre. Le gustaba la
gente, le gustaba de verdad. Hizo de este mundo un lugar mejor, dejó mejores
lugares en este mundo: las arenas rojas y los canales de Marte, las Noches de
Brujas del Medioeste y los pueblos chicos y las ferias tenebrosas. “Si uno mira
su vida, se da cuenta de que el amor es la respuesta a todo”, dijo una vez en
una entrevista. Le dio a la gente muchas razones para amarlo. Y nosotros lo
amamos.
Para leer el texto completo en inglés:
http://www.guardian.co.uk/books/2012/jun/06/ray-bradbury-neil-gaiman-appreciation
http://www.guardian.co.uk/books/2012/jun/06/ray-bradbury-neil-gaiman-appreciation
Ilustración: Lou Romano
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