De que hablo cuando hablo de correr,
Haruki Murakami, 2007 (fragmento)
Había empezado a correr en el otoño de 1982 y, desde entonces, había corrido sin interrupción durante casi veintitrés años. Había hecho footing casi todos los días, había corrido por lo menos un maratón al año (contándolos, he corrido veintitrés hasta ahora) y, además, había participado en incontables carreras de todo tipo de distancias, tanto largas como cortas, por todos los lugares del mundo. Correr largas distancias siempre había ido biencon mi naturaleza. Simplemente, disfrutaba corriendo. Correr era paramí, de entre las numerosas costumbres adquiridas a lo largo de mi vida,tal vez la más provechosa y la que más sentido tenía. Y creo que,gracias a haber corrido ininterrumpidamente durante veintitantos años,mi cuerpo y mi espíritu se fueron formando y fortaleciendo.
No puede decirse que yo esté hecho para los deportes de equipo. Para bien o para mal, es algo con lo que se nace. Siempre que juego al fútbol o al béisbol (salvo durante mi infancia, es algo poco frecuente), nopuedo evitar sentirme ligeramente incómodo. Tal vez se deba a que notengo hermanos, pero lo cierto es que los juegos de equipo no meapasionan nada. En cuanto a los juegos en que se enfrentan dos personas, como el tenis, tampoco puedo decir que sean mi fuerte. El squash me gusta, pero, cuando juego un partido, tanto si gano como sipierdo, no acabo de quedarme convencido. Los deportes de combate también se me dan mal. Por supuesto, yo también tengo mi pundonor y no me gusta perder. Pero desde antaño, no sé por qué, nunca he tenido especial interés encompetir con los demás para ver quién gana o pierde. Y esta tendenciano ha cambiado, en general, al hacerme adulto. En este y en otro sámbitos, no me preocupa en exceso si gano o me ganan. Me interesamás ver si soy o no capaz de superar los parámetros que doy porbuenos. Y, en este sentido, las carreras de fondo encajaban perfectamente con mi mentalidad. Si uno prueba a correr un maratón se da cuenta de ello: a los corredoresde fondo no les importa demasiado que otro corredor les supere osuperar a otro durante la carrera.
Por supuesto, si uno llega a ser uncorredor de elite de los que aspiran a la victoria, entonces superar alrival que se tiene delante cobra mucha importancia, pero en general,para los que no formamos parte de esa elite, una victoria o una derrota en particular no es crucial. Es posible también que, entre estos últimos, haya quien corra con la motivación de no querer que le gane tal o cual persona, y quizás eso les sirva de estímulo para entrenar. Pero si tumotivación para correr una carrera desaparece (o disminuye) cuandodeterminado rival, por los motivos que sean, no puede participar en ella, está claro que no aguantarás mucho como corredor.
La mayoría de los corredores suele afrontar las carreras fijándose de antemano un objetivo concreto, del estilo: «Esta vez intentaré hacerlo en tal tiempo». Si consiguen recorrer cierta distancia en el tiempo que sehan fijado, entonces «han conseguido algo», y, si no lo logran, entonces «no lo han conseguido». Pero, aun suponiendo que no logren correr en el tiempo que se han fijado, si al acabar sienten la satisfacción de haberhecho todo lo posible, si experimentan una reacción positiva que lesvincule con la siguiente carrera, la sensación de haber descubierto algogrande, tal vez ello suponga ya, en sí mismo, un logro. En otras palabras, el orgullo (o algo parecido) de haber conseguido terminar lacarrera es el criterio verdaderamente relevante para los corredores defondo.
Lo mismo cabe decir respecto del trabajo. En la profesión de novelista (al menos para mí) no hay victorias ni derrotas. Tal vez el número de ejemplares vendidos, los premios literarios, o lo buenas o malas quesean las críticas constituyan una referencia de los logros obtenidos, pero no los considero una cuestión esencial. Lo más importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado, yfrente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez, uno puedaexplicarse en cierta medida. Pero es imposible engañarse a uno mismo. En este sentido, escribir novelas se parece a correr un maratón. Por explicarlo de un modo básico, para un creador la motivación se halla, silenciosa, en su interior, de modo que no precisa buscar en el exterior ni formas ni criterios.
Para mí, correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que iba participando en carreras, iba subiendo el listón de los logros y, a basede irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo. Ni que decir tiene que no soy un gran corredor. Mi nivel es extremadamente corriente (por no decir mediocre, un término quizá más adecuado). Pero eso no es en absoluto importante. Lo importante es ir superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior. Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro que el tú de ayer.
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Man running, Eadweard Muybridge, 1896
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