15 ago 2010

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agua 1


























Estrategia para deducir el color del agua,
John Berger, 2008
La mujer es vietnamita. De un poco más de cincuenta años. Lleva puesto un traje de baño floral, en un estampado como de chintz inglés.
La gorra de baño es del color del jengibre crudo cortado en rodajas.
Camina desde las duchas públicasobligatorias hacia la pileta municipal cubierta y se queda esperando junto a la escalera corta que baja hasta el agua. La municipalidad es un suburbio de París.
Aparece un hombre vietnamita en short de baño. Es más delgado que ella y un poco más petiso. Podría ser el marido. No sé porqué tengo una pequeña duda al respecto. ¿Será por lo deferente que es con ella? El se sumerge a medias en el agua y ella se sienta sobre sus hombros, mirando hacia el borde de la pileta; luego, él baja con cuidado, hasta que el agua le cubre la cadera y ella se lanza a nadar. Después de nadar, él también, un par de largos, sube por la escalera y sale de la pileta. Todo esto con la mayor discreción y sin intercambiar ni una sola mirada.
Ella sigue nadando más o menos una hora. Mueve y flexiona las piernas con la fuerza de una rana. Cuando el hombre regresa y vuelve a zambullirse, ella se acerca al rincón donde está la escalera, él la ayuda a salir sosteniéndole suavemente el trasero y la pareja se va. Los gestos de él son absolutamente impersonales, discretos y, al mismo tiempo, muy precisos, como si estuvieran llevando a cabo un ritual tradicional. Un ritual transmitido quizás por generaciones.
La mujer se aleja de la esquina de la pileta caminando con la misma soltura que tienen para nadar. ¿O renguea un poco? Vietnam es un país de deltas, de ríos y agua y es posible que allí existan rituales para bañarse que son difíciles de imaginar en tierras más secas. En vietnamés, la palabra “agua” es la misma que “patria”.
¿O será simplemente que tiene miedo de resbalarse en los peldaños de una escalera? Vengo todos los días a la misma hora que ella –el momento en que todos en el suburbio están almorzando y la pileta está relativamente vacía–. Cuando nos cruzamos nos hacemos una leve inclinación de cabeza. Es evidente que a los dos nos gusta el agua. Ella sin embargo se sumerge más que yo, como si para ella el agua fuera más profunda. En vietnamés agua se dice nu’ó’c. En ese rostro ancho, aunque delicado, los ojos rasgados son verdosos y siento que para ella el color del agua de la pileta es levemente menos azul cerúleo que para mí. Para ella contienen un toque más amarillo o luz del sol que lo acerca una mínima fracción al color del agua junto al lejano e incontrovertible Mekong. Los gestos del hombre que acompañan su inmersión y su emersión en la pileta no cambian nunca. A esta altura, ya los conozco perfectamente y podría yo también llevara a cabo ese ritual. Y al decirlo, de golpe me pregunto si acaso alguna vez no lo sustituí.

A diver, paper pool 17, David Hockney, 1978
 

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