El relato de Julio Cortázar sobre las bicicletas publicado en su
libro Historias de Cronopios y Famas (1962), denuncia la discriminación y
la humillación que padece la bicicleta en ciertos ámbitos, describiéndola como
un ser inocente y dócil, poseedor de sencilla espontaneidad:
Vietato introdurre biciclette
En los bancos y casa de comercio de este mundo a nadie le importa
un
pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o
soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi
madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero
apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo
excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras
su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o
soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi
madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero
apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo
excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras
su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye
una
humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen
altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe
que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su
triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta
tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y
perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de
inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio
entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San
Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas
ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los
susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es
humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas,
y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría
maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o
de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla
espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen
altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe
que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su
triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta
tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y
perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de
inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio
entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San
Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas
ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los
susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es
humillante, primero porque sólo constituye una posibilidad entre muchas,
y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría
maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o
de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla
espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son
ingenuas y
dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron
príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No
ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las
astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor
arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y
que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.
dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron
príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No
ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las
astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor
arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y
que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en
veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.
Fotografía: Le Pont Neuf de Brassai
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